"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

domingo, febrero 02, 2014

Pedro J. Ramírez, cortesano y hereje

La democracia liberal se levanta sobre dos instituciones morales.  El periódico y el juzgado.  Ambas, a su vez, encarnados en un tipo de hombre extraordinario, aquel que ama la verdad y se aproxima a ella con un método imparcial y objetivo.  El periodista y el juez son dos científicos políticos, dos filósofos epistemológicos, en contraposición a los príncipes, por definición maquiavélicos, del poder.  Por supuesto, tanto el periodista como el juez tendrán sus opiniones políticas pero a la hora de ser "notarios de la actualidad", un cliché tan manoseado como auténtico, han de ser lo más fieles posibles a un relato desapasionado, documentado e intempestivo de la realidad del poder.

Fue un tanto por casualidad que Orson Welles se fijara en la degeneración del periodista para hacer su primera obra maestra cinematográfica.  Ciudadano Kane ha quedado para los restos como retrato lleno de claroscuros y virtuosismos de cámara de la corrupción y degeneración del editor encaramado a demiurgo, a diosecillo a través de los titulares de prensa.  Kane podría haber fundado un partido en lugar de un periódico para lo que de verdad pretendía: no interpretar la realidad sino transformarla para satisfacer sus intereses, sobre todo el interés más espurio: el ego.

Por el contrario, John Ford nos legó dos retratos inmortales tanto del periodista como del juez como baluartes de la democracia liberal.  En El hombre que mató a Liberty Valance y en el Juez Priest, Ford rinde un sentido homenaje a dos pequeños y humildes hombres rodeados de ruido y furia, agarrados al sentido común, a la humildad y, repitámoslo, a un genuino amor por la verdad y por la libertad (valga la redundancia)


El director del periódico encarnado por Edmond O'Brien, borrachuzo como buen tipo sociable,  sale a la calle a tomar el aire, y cuando alguien le dice que se meta en casa, que hay peligro porque anda por allí Liberty Valance, le contesta que está ejerciendo su "inalienable derecho a la felicidad".

Los tiempos mejoran que es una barbaridad y los Liberty Valance del poder económico y político ya no sólo no dan palizas de muerte a los periodistas críticos con el poder (salvo en la Rusia de Putin) sino que te ofrecen un lujoso retiro con vistas al Pulitzer y 20 millones de euros (¿o no?).  El problema del periodismo español, como de la casta universitaria, ha sido no establecer unas reglas que no permitan la colusión y el incesto entre los primos de la casta política y de la trinchera periodística.  En las páginas de La Razón, Abc o El Mundo a veces se colaban unas alucinantes fotos en las que con ocasión de una fiesta organizada por los periódicos se congregaba una orgía de chismes y favores, una feria de vanidades, que contaminaba irremisiblemente a los periodistas implicados.  Como si Peabody invitase a bistec y cerveza a Liberty Valance y lo declarase Tejano del Año.

Embarcados desde la Transición en un proceso de marxistoide transformación de la realidad, en lugar de la más modesta interpretación de la misma, los periódicos españoles son en su mayoría simples correas de transmisión de los partidos políticos, por una parte, así como correveydiles de las corporaciones financieras y empresariales.  No es de extrañar que la prensa española se haya convertido en una variante literaria más, en la que prima más la opinión que la información y en la que los opinadores compiten entre sí por ser ingeniosos más que por ser profundos y heredar el puesto de Francisco Umbral.

Como dice Jesús Cacho hoy, Pedro J. puede haber sido el mejor director de la Transición, como muestra que a diferencia de Cebrián y Anson no esté en la Academia de la Lengua.  Esquizofrénico entre los papeles de cortesano y hereje del poder establecido, a su vez abogado de Dios y tribuno de la plebe, Pedro J. ha jugado más que nadie a arrimarse al ascua de modo que ha acabado chamuscado y tiznado.  Pero ahora, como tuitearon los de El Mundo Today, tiene la oportunidad de ser, al fin, un periodista




PD. Nos queda el juez Castro, modesto incluso en el apellido frente al fiscal Horrach, con nombre de malo de película de James Bond.

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